«Érase una vez en los Midlands» es la peor película que he visto de Shane Meadows. El todavía incipiente costumbrismo marca de la casa carece de la sutilidad y la pericia que desarrollaría posteriormente el director, es casi una soap opera. Sin embargo, Meadows consigue salvar del naufragio algunas constantes que me hacen sentir debilidad por él, porque siento debilidad por los cineastas que demuestran ternura hacia sus propios personajes.
Me gustó mucho el personaje de Rhys Ifans y su relación con su hijastra, que también está espléndida. Tal vez sobre el toque de familia estrafalaria.
El kilométrico título, un tanto rimbombante, lo sustituiría por un lema mucho más acorde con lo que más me sacaba de quicio, pero que a posteriori es lo que tiene más miga: «El enigma femenino».
Un enigma correlativo a los cambios en la esencia misma de la masculinidad. ¿Realmente tantos cambios? Veremos…
Ifans interpreta a un solícito novio, un tanto ingenuo, un tanto ridículo, de enorme corazón, que adora a su novia y a la hija de ésta, y que le pide en matrimonio en festival de vulgaridad, en directo, en un programa tipo «El diario de…» para ser rechazado.
A partir de ese momento, su lugar en la familia pasa a ser incómodo en lo que resta de metraje. Pasa a ser la pieza que no encaja. Ella afirma que lo ama, su hija ve en él al único padre que ha conocido, pero dará tumbos como un espectro que está presente, pero excluído del deseo de ella.
El auténtico padre de la niña, un criminal de poca monta, verá la fallida declaración por Tv, y retornará el pueblo para reclamar el lugar que él mismo dejó vacante años atrás, dejando tiradas a madre e hija.
Aquí viene el quid. A pesar de la negación del personaje interpretado por Shirley Henderson (never more), de las promesas a un Ifans aterrado por la violencia implícita del contrincante, por su más que probable pérdida del ser amado, Henderson se derrite por un pillo desalmado, machista, egocéntrico, descuidado y gallito, un criminal que pretende comprar a su hija con caramelos (sin éxito, aunque la niña finge por no herir a su madre) y que efectivamente posee a la mujer, ganándose para si el deseo de ella.
¿Quien entiende a las/algunas mujeres? Lo digo sin animo de generalizar, pero conozco casos que ponen los pelos como escarpias. A partir de aquí la trama se vuelve algo confusa, porque me pasé un cuarto de hora gritándole a la Henderson que era tonta. Ese es el triunfo de Meadows, incluso en una peli mediocre, insufla vida suficiente a sus personajes como para que nos importen.
El (previsible) final feliz para mi posee un halo triste. Ifans vuelve, casi más forzado por amor a su hija, que por la mujer que lo ha herido profundamente, y se declara, dándole a elegir entre el amor y el abuso. ¡Y ella aún duda! Ella se ha dado cuenta de las excusas y melosas palabras que no consiguen esconder al brutal ex marido.
Y precisamente por ello, cuando se enfretan ambos hombres, su actitud es todavía de duda. Es precisamente la brutalidad, la fuente del deseo. Hasta que Ifans no recurre a la violencia, y juega al juego del ex marido golpeándole, no vuelve a ocupar su lugar, su posición en el corazón de ella.
Y pensé en «El hombre que mató a Liberty Valance», en Jimmy Stewart. Meadows reproduce el conflicto, si bien fundiendo al personaje de John Wayne con Liberty. Al pretendiente primario y brutal y al criminal que irrumpe en la vida familiar y local y la trastoca y domina. Dos en uno.
Lo interesante de Liberty Valance es el juego de miradas. John Wayne deja que la autoría de la violencia que utilizó para eliminar a Valance recaiga en Stewart, y es precisamente así, como éste gana el respeto del pueblo y el amor de la mujer, aunque Wayne intuye que eso le hará perder el favor de ésta.
Cuando, al final de la película, Stewart relata lo sucedido, rompe el secreto que encendía el deseo de su mujer. En el tren, cuando le alaban por la muerte de Valance, el gesto de desagrado de Stewart se gana una mirada triste de su mujer. No es sólo que lo sienta porque Stewart se siente mal por pasar a la posteridad como asesino.
Es esa mirada lo más desolador de la película: A pesar de sus triunfos en la vida, como político y hombre de negocios, de su sensibilidad, de su amor por ella, de su vida en común, a ojos de ella, vuelve a ser «ese pobre hombre». El deseo está perdido.
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