La nueva serie de Dennis Kelly, creador de Misfits, funciona en su episodio piloto, como un reloj. A Kelly su primer invento se le estaba yendo de las manos, actores que se marchan, regeneración forzosa, arcos argumentales duros de cerrar, paradojas temporales, y la difícil tarea de hacer olvidar castings redondos.
Su última temporada parecía arrancar agotada, a medio gas, y ahora sabemos por qué. Tiene juguete nuevo, más caro, y quizá menos desternillante pero mejor engarzado. Tramaba, con la complicidad de algunos viejos amigos, un nuevo artefacto de sci-fi, con un brío nuevo, un humor marca de la casa, y algunos guiños a la realpolitik baudrillardiana de sigo XXI (Black Mirror, Thick of It).
Comics post-apocalípticos, asesinos a sueldo, conspiraciones, nerds a lo Fox Mulder en los suburbios ingleses, hackers, niños hooligan, torturas, misterio, virus, vacunas, farmacéuticas, tesis doctorales sobre star wars…
Y el polvo borracho más lamentable, divertido, realista, baboso, desesperado, solitario, raro y descojonante jamás intentado en un refugio nuclear.
¿Desea saber más?
Vaya, gracias! No tenía ni idea y tiene muy buena pinta.
Lástima de Misfits, como la primera temporada ninguna y sin Nathan (ya sé, muy tópico) perdió muchísimo.