En la mitología griega, Las Moiras tejían el destino. En las tragedias, el argumento avanzaba inexorablemente, ya estaba predeterminado. Posteriormente, la predeterminación consecuencia de un ser superior omnisciente ha jugado un gran papel en el protestantismo.
Hoy, con la relajación de algunas religiones, y el conflicto civil por el poder en otras, vivimos tiempos de resurgir pagano.
Nuevos dioses, ya tengan efigie de dólar, de símbolo de la manzana, de semidioses de papel cuché, de hércules deportivos…Nuevas prácticas de ascesis como las dietas o el deporte extremo, nuevas prácticas de lo que Foulcault podría llamar tecnologías del yo: coaching, autoayuda. Esto sin entrar en el new age descarado.
¿A qué viene todo esto? Todo esto viene por Casados a Primera vista.
¿Qué? pues sí.
Bauman definía las vidas en este momento histórico de líquidas. El completo cambio del entorno nos convierte en seres expuestos a lo precario, temporal, contingente. Incertidumbre, sensación de ser una hoja azotada por los vientos. Entrando ya en el terreno de Ulrich Beck, obligados a gestionar el riesgo de todas y cada una de las situaciones.
La cualidad flexible de nuestra identidad en perpetúa fuga, la responsabilidad de evaluar cada acontecimiento y sus riesgos como un corredor de seguros, se hacen insufribles, agobiantes. Y no es que también ocurra en el terreno personal, sino que especialmente ocurre en el terreno personal (nos rebelamos ante la asepsia del cálculo ante lo que sentimos como emocional, auténtico en sí mismo).
De pronto, vemos con otra luz iniciativas como Gran Hermano; ya no es sólo la ambición y la codicia, las ansias de notoriedad de un star system lumpen prefabricado, producto de la mediocridad, y del espectáculo barato de lo aparentemente vulgar (es decir, del vulgo, de ahí su éxito).
Para un participante, de pronto una voz superior y unas reglas absurdas pero claras para la convivencia, pasan a gestionar la incertidumbre, a eliminar el riesgo, a suprimir la responsabilidad personal en las elecciones cotidianas, más allá de la expulsión del adánico vergel catódico. El absurdo, en realidad, no es mayor que la vida misma contemplada por un Samuel Beckett.
El rizar el rizo del matrimonio concertado en la telerrealidad es en realidad muy natural, muy normal, muy razonable. No muy distinto de las páginas que evalúan parámetros pra encontrar posibles parejas entre otros usuarios suscritos. En una vida totalmente atomizada de mini burbujas personales, el retorno a mecanismos externos para abdicar del insortable peso de elegir, de la insoportable barrera de la incomprensión mutua de las islas.
En comunidades de ciertas sociedad que tradicionalmente utilizaban la concertación matrimonial, en ocasiones ésta resurge de modo misterioso saltándose generaciones rompedoras.
El quid está en el destino, o en los supertacañones que dirijan la telerrealidad. Es lo mismo, son quienes cargan con la culpa. Los griegos salían de las tragedias en realidad reconfortados: podían vivir tranquilos de que sus elecciones no tenían en realidad nada que hacer contra un destino final predeterminado. Qué mejor que un agente externo a quién culpar de las incompresiones y desencuentros que de todas formas se dan en el encuentro de dos subjetividades. Todos queremos vivir en el Mundo de Logan, el mundo Feliz.
Algunos simplemente son pioneros, algunos simplemente documentan su viaje. Verán, el espectáculo es tremendo, pero la vida en sí misma es aún más atroz.
Y cómo decía Erich Fromm, tenemos miedo de la libertad. Y también lo decía Jack Nicholson en Easy Rider. Ser libre significa casi siempre no sólo sufrir, sino ELEGIR ser libre y sufrir, es decir, ser responsable.
Sometidos al destino, también sufrimos. Si nos sometemos, es por la simple razón de que necesitamos a un cabeza de turco para ese sufrimiento. Sea Dios o el piloto rojo de una cámara.
B
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