Hace un mes que llegué a esta ciudad, y apenas la conozco. Yo suelo conectar instantáneamente, instintivamente, con las ciudades. Soy un ser urbano, y las disfruto. Me resulta un poco extraño descubrirme tan extraño como el primer día.
Ahora comienzo a ser parte del ritmo, parte de la familiaridad de vecindario (Madou, del lado del barrio de composición turca), parte del tejido vivo de Bruselas.
Por lo demás, la ciudad y el sistema institucional que la mantiene viva resultan aún misteriosos. Apenas me desperezo profesionalmente, tras un mes calmo, entre inseguridades, ansias, empequeñecimientos, y un sincero respiro: el no seguir haciendo algo que no me gustaba en absoluto estar haciendo.
Todavía no consigo relajarme, dejarme ir y ser yo mismo. Vivo en el tránsito, y si hay algo a lo que estoy familiarizado, es a vivir en tránsito. Espero llegar un buen día.
La ciudad sigue desconocida, y lo positivo de eso, es que todavía me queda por descubrir, por ser seducido y seducirla.
Porque habitar una ciudad es ante todo una cuestión de amor.
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