Caminando de noche escucho sirenas: Una crónica extraña de dos conciertos

23 Nov

stop fear 2stop fearLa normalidad es algo por lo que luchar. Algo a recuperar. De pronto la ciudad se llenó de miedo y de militares, y los unos y los otros parecían surgidos del mismo sueño brumoso.

Algo terrible pasó en París, y con el tic culpable del que piensa que debió hacer más, el país se obsesionó en verse a sí mismo como la cuna del mal.  Así, entre asustado de que acabe el negocio y el regateo euroburocrático, la necesidad de exhibir una fuerza y eficacia de la que se carece, y hacer olvidar los fallos de inteligencia y contrainteligencia, el país se paró, a la vez que empezó a rascar hasta sangrar algunas de sus geografías con la garra del prejuicio y el temor, lo cual no quiere decir que las investigaciones no lleven allá donde sea o dónde fuere que las pruebas lleven.

Era un lugar que funcionó sin gobierno más de un año. Pero llevamos unos días en que la vida funciona sin escenario, sin días, sin realidad.

Lejos de enviar mensajes de tranquilidad, parece que se lanzan titulares llenos de veladas amenazas, a base de detenciones a menudo arbitrarias, no sabemos realmente, porque no nos dejan saber. Motivos de seguridad. Si sabemos que a cada detención masiva sigue puesta en libertad masiva.

No son motivos de seguridad los que aconsejan a los ciudadanos encarnizarse, entre otros sensacionalismos de titulares, con el antiguo alcalde de Molenbeek, actualmente amenazado por la ultraderecha, ni son motivos de seguridad los que hacen del principal sospechoso ubicuo en todas partes, en ocasiones simultáneamente, una aparición fantasmagórica, que parece a la espera de una turba de película de Frtiz Lang.

Comprendo perfectamente la vigilancia en estaciones y aeropuertos. El corte del metro, la suspensión de la liga, e incluso de los grandes conciertos. Pero la histeria ha llegado a niveles de paranoia. Fomentan el miedo como quién tira gasolina a un incendio. Como si el miedo fuera una solución.

En 40 años de terrorismo en España, tal vez lo que queda claro es que la información y la callada labor policial del día a día es más eficaz que el Presidente Michel jugando a los GI joes.

Al día siguiente de Bataclan, la popularidad de Hollande subió 7% y la de Valls 3% (no había caído tanto). Michel se crece ante los desprecios de la inteligencia francesa que tacha a los belgas de amateurs, esto es orgullo herido, político, y nacional, y en parte maniobra, en parte prudencia.

Aquí iba un elogio de la normalidad, de un jueves por la tarde cogiendo el metro a Molenbeek, para ir a la sala Magasin 4, donde tocan normalmente grupos demasiado duros ya para mi, a ver a los garageros Le Boucherettes y disfrutar de un poco de rock and roll, bebiendo birra en la calle mientras hago tiempo para entrar, y lamentando que mis amigos no vieran conciertos cuando estuvieron, lamentando quizá no conocer a más de los excelentes nativos. Tal vez tuve ese momento de flaqueza de notar a faltar a mis colegas y conocidos. Un concierto que viví rabiosamente, enfrentado con un animal escénico que se movía como una bestia enfurismada, y flirteaba con el público.

No me sentí inseguro en la estación de Ribencourt.

Aquí iba un elogio de la normalidad, ya un tanto fracturada, de ese viernes, y del enorme concierto que Darnelle dió con sus The Mountain Goats, un tipo que se nota que se divierte y vive el concierto como si fuera el primero, el último, el único, que no necesitó tocar dos de mis canciones preferidas, que salió al escenario con una birra Maes y tocó dos canciones seguidas antes de saludarnos, metiéndonos en el bolsillo, haciendo un set acústico él sólo a mitad concierto, entre otras con la canción de piratas que inventó para su hijo, que nos explicó sus obsesiones con los luchadores mexicanos, que nos explicó que el heel turn es cuando el bueno del wrestling que admiras empieza a usar trucos sucios, poner dedos en el ojo, y volverse hacia el lado oscuro, que nos emocionó con Get Lonely, y nos hizo saltar con The Diaz Brothers, No Children o This Year. Darnelle saltando, brincando, riéndo, contando historias. Un tipo de una normalidad exquisita que me preguntó al salir si nos conocíamos con una sonrisa y se quedó firmando autógrafos.

El sábado los propósitos de normalidad resultaban más duros de seguir, pero no iba a cejar en mi plan para ir en excursión a Maastricht, leyendo en el tren, trenes rigurosamente vigilados a la ida, que no a la vuelta. Pasé el día en tránsito, y en Holanda, que vive a unos pocos minutos insultantemente inconsciente de ese monstruo de miedo que alimentan y ceban, alientan y engrandecen aquí. Paseantes sobre calles de adoquines. Luces ya de navidad.

El domingo, todo cerrado, una ciudad fantasma. El propósito que se respiraba sigue siendo que desconfíe del café turco al que acudo, del panadero que me alimenta, de la tienda badulake donde compro dulces a deshoras.NO.

El lunes, a pesar de las operaciones de la noche, la ciudad seguía muerta. Y aunque soy totalmente ciclotímico, y a veces sólo me apetecería encerrarme en casa, no quiero, no deseo, que la barricada la fabrique el miedo. Es mi barricada, y la interpongo los días en que la vida es demasiado.

Pero cuando quiero vivir, no lo pongo todo simplemente en pause.

Bruselas ha caído vencida. Ha sido el estado de sitio a lo Costa Gavras, el miedo. No llamo a la imprudencia, pero si a la conciencia de que nos estemos dejando arrebatar la «libertad» por la que luchamos.

A lo que debemos temer es al propio miedo.

Cuando se teme a alguien es porque a ese alguien le hemos concedido poder sobre nosotros.

Hermann Hesse

 

 

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