No voy a exagerar si digo que mi barrio se ha convertido, más en los últimos tiempos pero ya antes de la movida, en una sección de esquelas económicas en tres dimensiones. Bajos habitualmente dedicados durante décadas a la ferretería, la venta de electrodomésticos, kioskos, talleres de coche, y por supuesto, restauración y ocio, están saturados de persianas cerradas y carteles de «Se vende». En un barrio medio céntrico, cercano al parque del río Turia, a la Ciudad de las Ciencias, y al otrora hipster barrio de Ruzafa, así como a las zonas «nobles» de Cánovas, Gran Vía y Aragón. En el medio plazo la devastación del pequeño comercio puede tener consecuencias insospechadas.
Un negocio relativamente nuevo y próspero en mi calle es una tienda de parafernalia militar, de juegos de guerra (paintball) y kits de supervivencia. Con un catálogo desproporcionado de cuchillos y machetes de caza, ropa paramilitar, créanme si les digo que la superficie es más propia de un concesionario de coches.
Curiosamente, es un movimiento que en U.S.A. tiene recorrido desde el pánico nuclear de los 50s, exacerbado por los planes de defensa civil y la propaganda tremendista anticomunista, la moda de los búnkeres privados para las clases del suburbio de «cuellos blancos» o trabajadores cualificados, hasta la locura setentera de los ex veteranos de Vietnam y los post-hippies reaccionarios que venían de comunas fracasadas, a tal punto que el apóstol de la época era el rockero Ted Nugent, virtuoso guitarrista obseso por las armas. Más curiosamente a raíz del triunfo de Trump, los «liberal survivalist» o «left wing preppers» o survivalistas del ala izquierda, han comenzado a dotar al movimiento «prepper» (preparamentista ¿?) de una cierta base transversal.
Así que, mientras siempre he sido visto como una rara avis del pesimismo social e histórico en mi círculo de amistades, veo como mi entorno está siendo vaciado, y gentes todavía más pesimistas, y en cierto modo desesperadas, hacen florecer un tipo de negocio basado en la creencia del colapso, el desastre y la catástrofe, y la salvación individual en un mundo hobbesiano. La tienda survivalista de la esquina a la vez me valida en mis análisis, y me aterra en sus consecuencias y sobre todo, en las transformaciones que el terror realiza en aquellos que sucumben a él. Yo puede que no tenga esperanzas, pero al menos no soy un fanático del miedo.
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