La precariedad es la condición general de los semiotrabajadores. La característica fundamental de la precariedad en la esfera social no es la pérdida de regularidad en las relaciones laborales, ya que el trabajo siempre ha sido más o menos precario pese a la regulación de la ley. La transformación fundamental que ha realizado la digitalización del proceso laboral consiste en la fragmentación de la continuidad del trabajo personal, la fractalización y la celularización. El trabajador desaparece en cuanto persona y es reemplazado por fragmentos abstractos de tiempo. El ciberespacio de la producción global puede verse como una vasta extensión de tiempo humano despersonalizado.
En la esfera de la producción industrial, el trabajador de carne y hueso, dotado de una identidad certificada y política, encarnaba el tiempo laboral abstracto. Cuando el jefe necesitaba tiempo humano para la valorización del capital, tenía que contratar a un ser humano, que afrontar la debilidad física, enfermedades y derechos de este ser; el jefe estaba obligado a tener que negociar con los sindicatos y enfrentarse a las demandas políticas del que era portador.
En la era del infotrabajo ya no es necesario invertir en la disponibilidad de una persona durante ocho horas diarias durante toda su vida. Ahora el capital no tiene que contratar a nadie, sino que compra paquetes de tiempo, separados de sus intercambiables y ocasionales portadores. En la economía de internet, la flexibilidad se ha convertido en una forma de fractalización del trabajo.
La fractalización es la fragmentación modular y recombinante de un periodo de actividad. El trabajador deja de existir como persona y se convierte en un mero productor intercambiable de microfragmentos de semiosis recombinante que entran en el continuo flujo de internet.
El capital ya no paga la disponibilidad para que un trabajador pueda ser explotado durante un periodo de tiempo más prolongado; tampoco paga un salario que cubra todo el rango de necesidades económicas del trabajador.
Se paga al trabajador (una máquina dotada de cerebro que puede utilizarse durante fragmentos de tiempo) por sus servicios ocasionales, temporales. El tiempo del trabajo está fragmentado y celularizado. Las células de tiempo se ponen en venta por internet y los negocios pueden adquirir tantas como deseen sin tener que ofrecer protección social alguna al trabajador. El tiempo despersonalizado se ha convertido en el agente real del proceso de valorización; y este tiempo carece de derechos, de organización sindical y de conciencia política. Únicamente puede estar disponible o no disponible (aunque esta última alternativa sigue siendo puramente teórica, ya que el cuerpo físico necesita comprar comida y pagar el alquiler, pese a no ser una persona legalmente reconocida).
El tiempo necesario para producir infocomodidad se vuelve líquido en la máquina digital recombinante. La máquina humana está ahí, pulsante y disponible, como un cerebro esperando a expandirse. La extensión del tiempo está meticulosamente celularizada: las células del tiempo productivo pueden movilizarse en formas puntuales, casuales y fragmentarias. La recombinación de estos fragmentos se realiza automáticamente en la red. El teléfono móvil es la herramienta que posibilita la conexión entre las necesidades del semiocapital y la movilización del trabajo vivo del ciberespacio. El tono de llamada del teléfono móvil convoca a los trabajadores a que reconecten su tiempo abstracto en el flujo reticular.
En esta nueva dimensión laboral, la gente no tiene derecho a proteger o negociar el tiempo del que son formalmente propietarios y que se les expropia eficazmente. Dicho tiempo no les pertenece realmente, porque está separado del circuito de producción virtual recombinante. El tiempo de trabajo está fractalizado, reducido a fragmentos mínimos que pueden ensamblarse de nuevo, y gracias a la fractalización el capital encuentra las condiciones del salario mínimo de forma constante.
El trabajo fractalizado se produce de manera puntual, aquí y allá, en ciertos puntos, sin que sea posible poner en marcha un esfuerzo concertado de resistencia.
Solo la proximidad espacial de los cuerpos de los trabajadores y la continuidad de la experiencia del trabajo en equipo permite la posibilidad de un proceso prolongado de solidaridad. Sin dicha proximidad ni dicha continuidad, no se dan las condiciones para que los cuerpos celularizados se combinen formando una comunidad. La integración de actuaciones individuales que dé lugar a un impulso colectivo de importancia necesita de una proximidad continua en el tiempo, una proximidad que el infotrabajo imposibilita.
La actividad cognitiva siempre ha estado presente en todo tipo de producción humana, incluso en la más mecánica. No hay proceso humano de trabajo que no implique un ejercicio de inteligencia. Pero la capacidad cognitiva hoy se ha convertido en el recurso productivo fundamental. En la era del trabajo industrial, la mente estaba al servicio de un automatismo repetitivo, era el director neurológico del esfuerzo muscular. Mientras que el trabajo industrial era esencialmente repetición de actos físicos, el trabajo mental cambia de objeto y procesos de forma continua. Por tanto, la incorporación de la mente en el proceso de la valorización capitalista ha conducido a una verdadera mutación. El organismo consciente y sensible está sometido a una competición cada vez mayor, a una aceleración de estímulos, a un constante esfuerzo de atención. De ahí que el entorno mental, la infoesfera en la que se forma la mente y entra en relación con otras mentes, se haya convertido en un entorno psicopatológico.
Para comprender la infinita gama de espejos del semiocapitalismo, primero hemos de trazar en líneas generales un nuevo campo disciplinario delimitado por tres aspectos: la crítica de la economía política de la inteligencia conectiva; la semiología de los flujos lingüístico-económicos; y la psico-química de la infoesfera, que se centra en el estudio de los efectos psicopatológicos de la explotación mental debida a la aceleración de la infoesfera.
En el mundo conectado, los círculos retroactivos de la teoría general de sistemas se fusionan con la lógica dinámica de la biogenética para formar una visión posthumana de la producción digital. Las mentes y los cuerpos humanos se integran con los circuitos digitales gracias a los interfaces de aceleración y simplificación: está naciendo un modelo de producción bioinfo que produce artefactos semióticos capaces de autorreplicar sistemas vivos. Una vez que se pone totalmente en marcha, el sistema nervioso digital puede ser rápidamente instalado en cualquier forma de organización.
La red digital está produciendo una intensificación de infoestímulos transmitidos del cerebro social a los cerebros individuales. Esta aceleración es un factor patógeno que tiene efectos de largo alcance en la sociedad.
Puesto que el capitalismo está conectado al cerebro social, el meme de aceleración psicótico actúa de agente patológico: el organismo es atraído hacia un espasmo hasta que colapsa.
(Franco Bifo Berardi, Héros, Asesinato masivo y suicidio)
Deja una respuesta