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La ardiente negatividad de lo positivo

12 May

Hay rastros de fieras en la ciudad. Pasos de sonámbulos en trance dejan huellas en la suciedad del asfalto. Son huellas de niños siguiendo al flautista de Hamelín. Con los bolsillos vacíos, y ganas de respirar aire puro tras el encierro. Hay un hangar en alguna parte en donde la fiesta se expande como una mancha de aceite, horas y cuerpos infectados, bailando hasta morir.

La vida es para los fuertes. Es la ardiente negatividad de lo positivo, y los daños colaterales son la prueba de la debilidad del especimen inferior. Danzad, danzad malditos, la rueda del molino necesita de nuevos liquidos que la mueven y a falta de lluvia buenas son las fuentes de sangre.

Quien muere no vuelve y no castiga a los fanáticos de la libertad. Los cuerpos se llaman inpacientes entre sí tras un año de peste y soledad, sin que hayan tejido solidaridades ni complicidades por el camino. La máquina que nos consume y a la que consumimos produce velocidad y aceleración, un baile sin pausa para pensar, y los cuerpos buscan el solaz del ocio empaquetado en parcelas de espacios a la venta, experiencias en las terrazas callejeras, bajo los adoquines sólo había cerveza, no la playa.

La máquina cibernética también produce griterío, confirmación, ataques, cierres de filas: tribus. Los predicadores de la prudencia y la sobriedad no consiguen que su voz llegue a lugar ninguno, no consiguen producir al sujeto al que apelan. Son tristes monjes burócratas, o apocalípticos declamadores de sermones que condenan y señalan pero nada proponen, estimulan, o sueñan.

Los bailes se vuelven frenéticos, espasmódicos, una prueba de vida estallando como un trueno en el espacio de un paréntesis, un impasse, un vestíbulo de incertidumbres, un no lugar, un no-tiempo, una no-vida.

Es la ardiente negatividad de lo positivo, la maníaca enfermedad del baile que en la edad media afectó a multitudes que danzaron hasta morir. Caerán los ancianos, pero el tonelero espera escanciar su aguamiel y vivir para ver otro ejercicio fiscal. La peste continua, pero la melancolía del miedo no podía durar. Los cazadores se internan en la oscuridad repleta de fieras dejando sus huellas de tribu desaparecida. Aprendieron en rituales durante los años sin efermedad, e incluso en las épocas de miseria, pudieron soñar, y los flautistas sigueron cantando a Hamelín. No importa que no exista, su poder es real, y de nada sirve señalar con el dedo a los ignorantes. Los verdaderos ignorantes son los que escucharon el canto y no hallaron una canción más poderosa para encantar al espíritu de la tribu.

En las catacumbas de las ciudades, las fieras se preparan para el festín.

Quis custodiet ipsos custodes?

29 Abr

Imagen de Laurent Durieux subastada por Mondo para causas benéficas relacionadas con el COVID-19 y los sin techo.

Nos quejamos de la policía de balcón, de los linchamientos en redes sociales, de los vecinos que tachan de ratas a los médicos dedicados a salvarlos pero que se convierten en cuerpos inconvenientes en su cercanía. El infierno son los demás sin duda.

Pero me gustaría ir más allá. A pesar de la vuelta de la biopolítica, de la que nos avisa el filósofo Agamben, parece que el esquema de Foucault se ha complicado, de un modo en que de tesis y antítesis, surge algo nuevo.

Foucault habla de medidas excepcionales por una plaga, como paso previo para explicarnos que el modelo panóptico del filósofo Bentham, de vigilancia anónima y discreta, es un nuevo paso evolutivo del poder. Ahora bien, esta plaga nos llega justo después de que el modelo panóptico se haya implantado efectivamente de forma cibernética: Hemos cambiado nuestro comportamiento vía redes sociales para convertirnos en vigilantes, llenos de prejuicios, de nuestros semejantes y… de nosotros mismos. Y en esto, en ese modelo de carceleros de nosotros mismos, llegó la plaga, y la excepcionalidad. Pero de esa excepcionalidad no surgirá un modelo completamente nuevo de vigilancia, sino que se refinará el modelo actual, que hemos naturalizado hasta el punto de no darnos cuenta de su funcionamiento.

Podemos presentirlo en la forma en que la información circula memetizada, a velocidad peligrosa, convertida en ruido, en veneno, en cascada incontrolada, en unos y ceros sin verificación, en emociones sincronizadas, como diría el filósofo Virilio, en un tiempo simultáneo que anula la Historia, pero también que diluye nuestra capacidad de reflexión y de individuación: El rebaño ciego del que habla Brunner, el escritor de ciencia ficción cercana, en su trilogía del desastre.

Podemos presentirlo en el modo en que se habla de nueva normalidad, en que, con una economía destruída, no asumimos la perplejidad de que, en términos productivos, somos totalmente prescindibles. La solidaridad y la resistencia solían tener la fuerza en sus números, en lo colectivo, y nos hemos visto obligados al aislamiento y la división entre los dignos de salvación y los dignos de lástima.

Hay una convergencia entre la vigilancia electrónica, el comportamiento memético, el miedo a perder nuestra precaria situación vital, y la vuelta del Estado, que algunos celebran como anéstetico para el dolor social de esta posguerra viral, otros como regulador de los excesos e imprevistos, y algunos, nos tememos, como fuerza tecnocrática del status quo.

Ya hay voces que hablan de que hace falta no una nueva normalidad, sino una singularidad, en que nuestro papel de individuos se valore de otro modo, en que no perpetuemos una vigilancia castradora, no en aras de un necesario control sanitario, sino en sintonía con un aterrador control social automático, un common sense que sancione como criminal al que no encaje en la normalidad, la productividad, y la resignación. Creo que debemos abordar la aventura de ser individuos de nuevo, y para vivir esa aventura, quizá debamos asumir que habrá desastres, accidentes, penurias, sangre, sudor y lágrimas, y que es nuestra tarea convertirlas en las piedras fundacionales de otro tipo de manera de existir. Una fuera de la zona de confort.

«El conocimiento vinculado al poder, no solo asume la autoridad de ‘la verdad’ sino que tiene el poder de hacerse realidad. Todo el conocimiento, una vez aplicado en el mundo real, tiene efectos y, en ese sentido, al menos, «se convierte en verdad». El conocimiento, una vez utilizado para regular la conducta de los demás, implica restricción, regulación y disciplina de la práctica. Por lo tanto, ‘no hay relación de poder sin la constitución correlativa de un campo de conocimiento, ni ningún conocimiento que no presuponga y constituya al mismo tiempo, relaciones de poder»

(Foucault 1977,27).

«De ahí el efecto principal del Panóptico: inducir en el interno un estado de visibilidad consciente y permanente que asegura el funcionamiento automático del poder.

Entonces, para organizar las cosas, la vigilancia es permanente en sus efectos, incluso si es discontinua en sus acciones; que la perfección del poder debe tender a dejar su real ejercicio innecesario; que este aparato arquitectónico debería ser un máquina para crear y mantener una relación de poder independiente de la persona que lo ejerce; en resumen, que los internos deben ser atrapados en una situación de poder de la cual ellos mismos son portadores.

Para lograr esto, es a la vez demasiado y muy poco que el el prisionero deba ser observado constantemente por un inspector: muy poco, porque lo que importa es que él sabe que debe ser observado; demasiado, porque no tiene necesidad de ser así.»

«Cualquier individuo, tomado casi al azar, puede operar la máquina: en ausencia del director, su familia, sus amigos, sus visitantes, incluso sus sirvientes (Bentham, 45). Del mismo modo, no importa qué motivo lo anima: la curiosidad de lo indiscreto, la malicia de un niño, sed de conocimiento de un filósofo que desea visitar este museo de la naturaleza humana, o la perversidad de aquellos que disfrutan espiando y castigando. Cuanto más numerosos observadores anónimos y temporales son,  mayor el riesgo para el interno de ser sorprendido y mayor es su ansiedad y conciencia de ser observado»

«El panóptico funciona como una especie de laboratorio del poder. Gracias a sus mecanismos de observación, se gana en eficiencia y en la capacidad de penetrar en el comportamiento de los hombres; el conocimiento sigue los avances del poder, descubriendo nuevos objetos de conocimiento sobre todas las superficies en las que se ejerce el poder» 

«La ciudad afectada por la peste frente al establecimiento panóptico. Las diferencias son importantes. Marcan, a una distancia de un siglo y medio, las transformaciones del programa disciplinario. En el primer caso, hay una situación excepcional: contra un extraordinario mal, el poder se moviliza; se hace presente en todas partes y visible; inventa nuevos mecanismos; se separa, se inmoviliza, provoca particiones; construye por un tiempo lo que es a la vez una contraciudad y la sociedad perfecta, impone un funcionamiento ideal, pero que es reducido, en el análisis final, como el mal que combate, dualismo de vida y muerte: lo que se mueve trae muerte, y uno mata lo que se mueve. El panóptico, por otro lado, debe ser entendido como un modelo de funcionamiento generalizable; Una manera de definir el poder en términos de la vida cotidiana de los hombres.»

«El Panóptico es polivalente en sus aplicaciones; sirve para reformar prisioneros, pero también para tratar pacientes, instruir a los escolares, limitar al demente, supervisar a los trabajadores, poner a trabajar a los mendigos y ociosos. Es un tipo de ubicación de cuerpos en el espacio, de distribución de individuos en relación entre sí, de organización jerárquica, de disposición de centros y canales de poder, de definición de los instrumentos y modos de intervención del poder, que pueden implementarse en hospitales, talleres, escuelas, prisiones. Cada vez que uno trata con una multiplicidad de individuos en quienes se debe imponer una tarea o una forma particular de comportamiento, el esquema panóptico puede ser usado.»

(Foucault, Vigilar y Castigar)

Diario del año de la Peste- Daniel Defoe

6 Abr

«Durante algunas semanas la prisa de la gente era tal, que hacía casi imposible llegar hasta las puertas del corregidor; una muchedumbre apremiante se apiñaba allí para obtener pases y certificados de salud, como para viajar al extranjero, ya que sin los mismos no se les permitía pasar a través de las ciudades situadas en los caminos, ni se les daba alojamiento en ninguna posada. Ahora bien, como durante todo este tiempo no había muerto nadie dentro de la ciudad, el corregidor daba sin ninguna dificultad certificados de salud a todos aquellos que habitaban en las noventa y siete parroquias; y durante algún tiempo también a los que vivían fuera de la ciudad.
Esta prisa, como digo, continuó durante algunas semanas, es decir, durante los meses de mayo y junio, con mayor motivo aún, puesto que se rumoreaba que aparecería una orden del Gobierno para poner vallas y barreras en los caminos a fin de impedir que la gente viajase; y que los pueblos sobre los caminos no tolerarían el paso de los londinenses por miedo a que trajesen consigo la epidemia, si bien ninguno de estos rumores tenía otro fundamento que la imaginación, por lo menos al principio.

Entonces comencé a pensar seriamente en mí mismo, en mi propio caso y en lo que debería hacer conmigo mismo; es decir, si debería decidir quedarme en Londres o bien cerrar mi casa y huir como muchos de mis vecinos. He escrito este extremo tan detalladamente, porque no sé si podrá ser de utilidad a aquellos que vengan después de mí, si les aconteciese el verse amenazados por el mismo peligro y si tuviesen que decidir de la misma manera; por ello, deseo que esta narración llegue a ellos más en calidad de orientación de sus actos que de historia de los míos, puesto que no les valdrá un ardite el saber lo que ha sido de mí.

Me enfrentaba a dos cuestiones importantes: una de ellas era el manejo de mi tienda y mi negocio, que era de consideración y en el que estaba embarcado todo lo que yo poseía en el mundo; la otra era la preservación de mi vida en la calamidad tan funesta que, según veía, iba a caer sobre toda la ciudad y que, sin embargo, por grande que fuese, siempre sería mucho menor de lo que imaginaban mis temores y los de las demás gentes…»

 

«Las aprensiones de la gente estaban igualmente multiplicadas por los engaños de aquellos tiempos, en los que, según creo, las gentes eran, no puedo imaginar por qué causa, más adictas de lo que nunca fueron, antes o después de entonces, a las profecías y conjuros astrológicos, sueños y cuentos de viejas…»

«Por otra parte, resulta increíble y difícil de imaginar la manera en que los pilares de las casas y las esquinas de las calles estaban recubiertos de carteles de doctores y letreros de ignorantes individuos, sortílegos y entremetidos medicastros, que invitaban a la gente a acudir a ellos en busca de remedios, anuncios embellecidos con perlas como éstas: «Infalibles píldoras preventivas contra la plaga», «Preservativos seguros contra el contagio», «Eficacísimos cordiales contra la corrupción del aire», «Prescripciones exactas para guía del cuerpo en caso de contagio», «Píldoras antipeste», «Incomparable elixir contra la plaga, nunca antes descubierto», «Un remedio universal contra la plaga», «La única agua de peste verdadera», «El antídoto regio contra todo tipo de contagio»; y tantos más, que no puedo enumerarlos…»

» Mas aquí me refiero a las ordenanzas y disposiciones que se publicaron para gobierno de las familias contagiadas.
He mencionado la orden del cierre de las casas, y creo necesario agregar algo particular, pues esta parte de la historia de la peste es muy triste; y porque también es menester contar su parte más atroz.
Fue alrededor del mes de junio cuando el corregidor de Londres y el concejo de regidores empezaron a preocuparse más especialmente por la ordenación de la ciudad.

Los jueces de paz de Middlesex, por orden del secretario de Estado, habían comenzado a cerrar casas y viviendas en las parroquias de St. Giles-in-the-Fields, St. Martin, St. Clement Danes, etc., con excelentes resultados; ya que en varias calles en las que había estallado la peste, la epidemia cesó cuando se vigilaron estrictamente las susodichas casas infectadas y se puso especial cuidado en enterrar a los muertos tan pronto como se tenía conocimiento de su deceso.»

» Notificación que ha de hacerse de la enfermedad:

El amo de toda casa, tan pronto como cualquier habitante de la misma se queje, ya sea de pústulas o púrpuras, o de hinchazón en cualquier parte del cuerpo, o caiga enferma peligrosamente sin presentar síntomas evidentes de otra enfermedad, ha de notificarlo al examinador sanitario dentro de las dos horas siguientes a la aparición de dicha señal.

Secuestro del enfermo:

Tan pronto como dicho examinador, cirujano o investigador determine que una persona cualquiera está enferma de peste, dicha persona ha de ser secuestrada esa misma noche en la misma casa; y en caso de ser secuestrada, aunque luego no muera, la casa en la que ha enfermado deberá permanecer cerrada durante un mes, una vez que los demás hayan usado los medios preservativos de rigor.

 

Cierre de la casa:

Si cualquier persona hubiere visitado a cualquier hombre del que se sabe que está contagiado de la peste, o hubiere entrado voluntariamente en cualquier casa que se tenga por infectada, no estando autorizado, la casa en que habite ha de ser cerrada durante algunos días por instrucción del examinador

Diversiones:

Que se prohíban terminantemente todas las diversiones, bailes de osos, juegos, cantos de coplas, ejercicios de broqueles y similares motivos de reunión del pueblo; y que las partes transgresoras sean severamente castigadas por cada regidor en su distrito.

Prohibición de festejos:

Que se posterguen todos los festejos públicos, particularmente los de las compañías de esta villa, y las cenas en tabernas, cervecerías y otros lugares de esparcimiento público, hasta nuevo aviso y autorización; y que el dinero así ahorrado sea conservado y empleado en beneficio y auxilio de los pobres atacados por la enfermedad.

Tabernas:

Que se reprima severamente todo exceso y desorden en las tabernas, cervecerías, cafés y bodegas, como pecado público de este tiempo y por ser mayor ocasión para diseminar la peste. Y que no se permita a grupo o persona alguna permanecer ni entrar en ninguna taberna, cervecería o café para beber después de las nueve en punto de la tarde, según la antigua ley y costumbre de esta ciudad, bajo las penas prescritas por la misma.»

Diario del año de la Peste- Daniel Defoe

12 monos españoles

24 Mar

«Al fin había siempre un momento en que nos dábamos cuenta de que los trenes no llegaban. Entonces comprendíamos que nuestra separación tenía que durar y que no nos quedaba más remedio que reconciliarnos con el tiempo» (Camus, La peste)

«El enemigo más peligroso de la verdad y la libertad entre nosotros es la mayoría compacta»- Henrik Ibsen, Un enemigo del pueblo

Quién nos lo iba a decir. También en Micronesia vivimos tiempos distópicos. Es extraño, en estos momentos, si mi vida hubiera seguido su curso errático habitual, estaría, por trabajo, o bien en el Reino Unido del sociópata Johnson, o bien en Ciudad del Cabo, a la espera de que llegara el lobo a soplar a la puerta y tumbara todo a su paso.

No se puede decir que mi situación laboral sea la peor. De momento, un simulacro de teletrabajo 3 días de 5. Hay quién no puede darse ese lujo y coge el autobús cada día. Por otro lado soy de natural un tipo solitario y casero. No son taras de las que haya que prescindir hoy.

Podríamos expresar aquí todo lo que se ha hecho mal en la gestión de esta crisis (mascletás multitudinarias mediante. La GVA, tras su pavor al poder fallero, se ha enmendado para bien) pero, entiéndanme, ¿es eso muy constructivo, en este país en que cada uno de nosotros tiene a un seleccionador de fútbol y a un presidente del gobierno, esperando su oportunidad? Vendría a resumirse en una reacción tardía por exceso de prudencia, y en la cobardía política de no cerrar el foco, pues el foco es la Villa y Corte.

No sé si como Zizek apunta esto obligará a un cambio de paradigma (aunque Zizek duda entre optimismo limitado y pesimismo precavido, o si será aprovechado como doctrina del shock a lo Naomi Klein para acercarnos al modelo chino de capitalismo autoritario (Horvat, Varoufakis, Byung-Chul Han, Klein,  apuntan al pesimismo, a pesar de argumentos a favor de medidas antiausteridad, de renta básica, de reconversión industrial-digital).

IFEMA es un hospital de campaña, el Palacio de Hielo, una Morgue, y nos asemejamos a la sociedad que colapsa en la película, ahora quizás profética, 12 Monos, del genial Gilliam, cuyo poster de Raid71 ilustra este post. Visionaria también en la estupidez común y en la psicosis colectiva que el ser humano experimenta en situaciones excepcionales.

«-Jeffrey Goines: ¿Sabes qué es lo loco? Loco son las reglas de la mayoría. Toma los gérmenes, por ejemplo.

-James Cole: ¿Gérmenes?

-Jeffrey Goines: Uh-huh. Siglo XVIII: nada de eso, nada, nada. Nadie jamás imaginó tal cosa. Ninguna persona cuerda. Luego viene este doctor, Semmelweis, Semmelweis. Semmelweis viene. Él está tratando de convencer a la gente, principalmente a otros médicos, de que hay estas pequeñas cosas invisibles y pequeñas llamadas gérmenes que entran en tu cuerpo y te enferman. Intenta que los médicos se laven las manos. ¿Qué es este chico? ¿Loco? ¿Pequeño, pequeño, invisible? ¿Cómo lo llaman? Uh-uh, gérmenes? ¿Eh? ¿Qué? Ahora, hasta el siglo XX, la semana pasada, de hecho, antes de ser arrastrado a este infierno, entro para pedir una hamburguesa en este restaurante de comida rápida, y el tipo la deja caer al suelo. James, lo recoge, lo limpia, me lo entrega como si todo estuviera bien. «¿Qué pasa con los gérmenes?» Yo digo. Él dice: «No creo en los gérmenes. Los gérmenes son un complot inventado para que puedan vender desinfectantes y jabones». Ahora está loco, ¿verdad? ¿Ve? Ah! Ah! No hay derecho, no hay error, solo hay opinión popular. Tú … tú … crees en los gérmenes, ¿verdad?»

Podría ser peor, podríamos tener a Trump. Podríamos vivir en un campo de refugiados como el que visité en Grecia. O celebrar unas elecciones como en Francia, o lo que están haciendo los demócratas americanos con sus primarias. Recordemos también que en Francia, 3.500 personas pasaron del virus para hacer una convención disfrazados de Pitufos.

Piensen que en Reino Unido hasta el pasado fin de semana se podía ir al pub, y que en los Países Bajos, la gente simplemente va a su bola (por ahora sus medidas más severas han sido cerrar dos museos). Lo cierto es que si es momento de plantearse otras formas de trabajo, de producción , de vida aparte del consumismo, también es tiempo para temer la ruina de miles de pequeños negocios, el oligopolio de los fuertes y despiadados (Amazon, Florentino Pérez, Amancio Ortega), el Estado de vigilancia orwelliano, y un cambio en la forma en que nos desplazamos, relacionamos, tocamos, y hablamos unos con otros. Poca cosa.

Esto no es decrecimiento, es una parada por avería del sistema. El decrecimiento es un modelo planeado, sostenible, basado en los comercios y servicios de proximidad y en un cambio de hábitos racional, no de emergencia. Muchos celebran la disminución de contaminación al norte de Italia sin evaluar el elevado precio que la región ha pagado por ello, un precio insostenible cuando (si) pase la emergencia, con dramas de vida y muerte, y dramas económicos severos.

El paradigma con que nos enfrentamos a esto es otro que en 2008, por fortuna, tratando de que el aterrizaje sea suave y haya un rebote en la economía. Pero en un contienente que se ha mostrado impotente económicamente e insolidario (la ayuda viene de China, de Cuba) con un sector servicios y turístico muy importante y una dependencia logística de China, y energética y de materias primas de todo el globo, rescatar al tejido con que nuestras calles se llenan de comercio, de intercambio y de empleo, será titánico.

En Micronesia no abunda el optimismo, pero no nos vamos a entregar al oficio de Casandra. Vamos a proponeros algunas cosas que nos deja el confinamiento, mientras contemplamos si esta será una suave o una rápida deriva hacia el preapocalipsis:

-El amigo Lutxo ha lanzado su podcast musical «Cinta de Varios»,  llena de tesoros musicales (mi preferido sigue siendo el episodio piloto) a un ritmo que aporta ya 4 programas, algo que me deja estupefacto a mi que me cuesta todo un año grabar esa cantidad.

-Relatos Salvajes nos regalan 4 horas y media de Mitos Nórdicos escritos por Neil Gaiman y locutados con maestría.

-Tiempo de Culto también es un podcast de guardia. Recomiendo dos episodios.

+El dedicado a la productora Carolco

+El dedicado a cine apocalíptico

-El Horror Co(s)mico dedica un podcast al Ciclo Onírico de Lovecraft

-Postapocalipsis Nau dedica un programa a otra guerra virológica, la informática

-Los Angeles Times nos invitan a cerrar los ojos y escuchar un disco de cabo a rabo, como ya no se hacía, y es un consejo estupendo.

-De entre las editoriales que han puesto contenido temporalmente libre, me ha sorprendido Karras Comics con Apocalypse Girl

-Para los que se sienten culpables por el onanismo que el encierro entraña para aquellos que estamos solteros, no problemo, en Essen, Alemania, un estudio apunta a que puede ser la mejor manera de mejorar el sistema inmunitario y el número de glóbulos blancos.

-Recomiendo Survivors, la serie de la BBC sobre virus apocalípticos. Yo vi el remake de 2008-2010, pero estoy deseando ver la original de los 70s. Aunque la serie que más me ha gustado últimamente es Mythic Quest: Raven’s Banquet (de los creadores de It’s always sunny in Philadelphia, cuyo episodio S09E07 sobre cuarentenas es MAGISTRAL)

-Por Último, Simon Pegg y Nick Frost se ponen al día años después de Shaun of the Dead y nos recomiendan NO ir al Winchester Pub.