Pistol: ¿Alguna vez tuvieron la sensación de haber sido engañados?

24 May

Era de prever que incluso la ira sería pasto de la nostalgia ahora que ya no nos atrevemos a sentir nada de forma genuina.

Pistol, la serie en que Danny Boyle trabaja de forma totalmente mercenaria a mayor gloria del guionista de Barz Lurhman, es una recoplicación de clichés, rumores, miradas superficiales supuestamente provocadoras, montada por Boyle al estilo videoclipero ágil y vacuo que tanto le caracteriza.

Bien mirado tal vez ese es el mejor resumen de la infame pero famosa trayectoria de Sex Pistols, grupo de guerrilla marketing subsidiario de una tienda de ropa, nihilista, negativo, apolítico, musical y socialmente nefasto, que sirvió para encauzar una rabia legítima en una tendencia de moda.

No nos llamemos a engaño, si el objeto de estudio es triste, la mirada es para echar a correr, un vulgar psicodrama que nos coloca a personajes pseudo dickensianos (el inteligente Rotten como el pillo, el oportunista McLaren como un Scrooge, Steve Jones un remedo de Oliver Twist superando su infancia traumática), una vulgar telenovela lacrimógena que pasa por encima todo el contexto social e histórico, político y cultural, en favor de unas relaciones humanas que tampoco acaban de explorarse.

Al menos Julian Temple, en «la mugre y la furia» insertaba comentarios acerca de la Inglaterra de la época con un uso de las imágenes de archivo, las viejas películas, los arquetipos culturales, y un montaje imaginativo, que elevaba la figura de Rotten por encima del oportunismo cínico que abrazaría la mayor parte de su carrera, y que le llevaría a apoyar a Trump por pura provocación (con reprobación de la gente de Chumbawamba). A mi Temple, algunos singles de PIL, y la biografía de Lydon casi me colaron a Rotten como una figura a reivindicar.

Si la historia que merece la pena en el fondo es la de unos The Clash musicalmente más cultivados y variados, intelectualmente más profundos, políticamente más comprometidos, y con un conflicto y una epopeya tan interesante que el anecdótico viaje a la fama de los Pistols, en el fondo tampoco es consuelo que los personajes coherentes raramente tienen quienes los glosen.

El morbo y la truculencia true crime de Sid y Nancy, acaba por sazonar la leyenda negra de una épica de lo fútil y lo inane, la mugre, la furia sin sentido, es una historia sin interés, dirigida por un director sin personalidad, contada en base a las memorias de un guitarrista poco memorable, y adaptadas por un guionista mercenario con ojo para la mercadotecnia, adecuado para un producto más de la factoría McLaren, un complemento de la tienda Sex.

La lástima es ver ahí a dos actrices hacer un esfuerzo mayúsculo, de premio, para contribuir a la nada más absoluta. Sydney Chandler esta increíble como la líder de The Pretenders, una música auténtica rodeada de farsantes, consumida por su vocación y la condescendencia misógina de la escena musical del momento. Emma Appleton hace una actuación sutil, mayúscula, como la autodestructiva y patética Nancy Spungen, manipuladora pero digna de lástima, trepa y vulnerable, nociva, pero con un fondo de ternura, en un buen hacer que deja en total ridículo a un Partridge que construye un Sid plano, lejos del papel que hizo famoso a Gary Oldman.

El sainete de los Pistols en su gira final, sus encontronazos con la ley, todo ello son pequeñas piezas inconexas, descontextualizadas, y carentes de interés, en un producto que nos vampiriza la energía, tal y como el grupo original vampirizaba la furia de clase y la transformaba en nihilismo: Pasiones tristes de una época ahora mirada con nostalgia romantizadora.

Tiempos raros en que se idealiza y se echa de menos la mugre, la roña, y la irrelevante rabieta infantil de un puñado de mediocres cuya iconoclastia ha sido objeto de celebración por el mismo mainstream que amaba odiarlos. Que esto lo echen en el canal de Disney es el remate del chiste. Como dijo Rotten en el fallido concierto final de los Pistols, ¿Alguna vez tuvieron la sensación de haber sido engañados?

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