El Congreso

12 Oct

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Reconozco que no he leído a Lem en demasía. Esta distopía se inspira en «congreso de futurología». De ella ha habido críticas desconcertantes y desconcertadas. En el fantástico programa de radio «La finestra indiscreta» de Àlex Gorina, el conocido crítico Jaume Figueras contraponía la parte real del film de la animada, afirmando que ésta última era estéticamente horrenda.

Me parece que no siente mi venerable admiración por Ralph Bakshi, quién dio vida a Fritz el Gato de Crumb, o al señor de los anillos, que había que tener valor con aquella época y presupuesto. Alguien a quién Ari Folman, director de El Congreso y Vals con Bashir sin duda conoce (casi seguro Zemeckis y su Conejo tampoco desconocían al innovador animador). Bakshi a su vez conocía a F.B. Avery.  Un puto clásico. O a Alicia en el país de las Maravillas, la mejor película de Disney. Sombrereros locos, pájaros, perros habladores, mujeres de bandera, guerras a lo H.G. Wells, sueños utópicos, sociedades dentro de sociedades, nada es lo bastante irreal como para quedar fuera de ese lado del espejo. Lo real e irreal es relativo, subjetivo, complementario, sueños, visiones y contrapartidas horribles.

Esta lúcida y desconcertante película entronca con distopías como Hijos de los Hombres. El Ébola, la telerrealidad, las granjas de videojuegos chinas, las guerras petrolíferas. Vivimos en un futuro que nos ha alcanzado sin darnos cuenta. También entronca con la parte philip-dickiana de Matrix, más allá de las patadas voladoras y el mesianismo de ésta. Incluso si me apuran con otra rareza: The Wall, de Alan Parker (bueno, y Roger Waters).

Esta es una crítica espero que sin mucho spoiler. Pero he de decir que esta es una película que no me ha dejado indiferente, que me ha sorprendido, que juega con la realidad de una actriz en decadencia, para especular sobre una realidad virtual que comienza con la digitalización de actores convertidos en avatares, y se expande como un big bang en múltiples y sorprendentes direcciones. Robin Wright juega a ser una Robin Wright alternativa (aunque también estrella de alguna de sus propias películas emblema) que está en el ocaso de su carrera y en serias dificultades.

Su actuación final, paralela pero más desvalida a la de Clive Owen en la peli de Cuarón, es increíble.

El caos parece inundar parte de la trama, formando espirales de saltos, futuros, bellas durmientes, casinos lúdicos sin fin no tan lejanos a un Eurovegas, y una dolorosa vuelta a la realidad. La luz nos ciega, el mundo no parece tan diferente al nuestro (una ruina llena de alucinados hipnotizados) que capta la esencia de Matrix: Pastilla roja o Azul. Adicción o Desolación. No he leído «Ensayo sobre la ceguera», ni su adaptación al cine, pero sospecho algún conector secreto. Y desde luego, parece haber estudiado muy bien la serie inglesa futurista pero extrañamente presente Black Mirror de Charlie Brooker, especialmente con el segundo y tercer capítulo de su primera temporada, en lo distópico con el impresionante «Fifteen Million Merit» y algo en cuanto a la tecnología desatada, con «The entire history of you».

Quizás no sea del gusto de todos, pero The Congress es diferente, y por eso sólo, es especial.

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